Cuando un extraño llega a Arganda del Rey, lo primero que se le viene encima es un sentimiento de respeto hacia esa ciudad que huele a pasado milenario y a una historia difícil de olvidar.
A ese municipio, que tuvo castillo, que tuvo torreón, que fue Villa Realengo y escenario del histórico Motín de Arganda, en el que el paso de los días, de los años, de los siglos ha dejado huella.
Cuando visite la ciudad, no pregunte por su alma, la notará presente en su ambiente. Junto al mercado, junto a la iglesia, junto a sus fuentes.
Y es que, en Arganda, el pasado, el presente que ahora vive y el futuro que promete, se mezclan en una sola ciudad. Nada es por casualidad; la ciudad de ahora, tampoco.

Sin duda, el vino ha estado presente en la historia y en la cultura del hombre desde sus orígenes.
Desde el descubrimiento de la fermentación hasta el día de hoy, ha sido testigo de la evolución, del progreso de las sociedades y del intercambio cultural.
Para ubicar en el tiempo su existencia, hay que retroceder unos cuantos siglos, cuando fenicios y griegos integraron este producto como parte de su modo de vida en los distintos países mediterráneos que colonizaron.
Fueron sin embargo los romanos quienes más extendieron y profundizaron la cultura del vino, tanto por razones económicas como estratégicas.

A ellos se remonta la tradición vinícola en Arganda. Las primeras evidencias del cultivo de la vid en el valle del Jarama datan del siglo III d.C., para producir vino con el que satisfacer la demanda de ciudades romanas como Complutum (actualmente Alcalá de Henares).
De época romana data también nuestra “tinaja” que, persistente en el tiempo, ha llegado hasta nosotros, dando gran fama y prestigiosa la Villa de Arganda y a sus bodegas.

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